Conforme va pasando el tiempo, las madres nos acostumbramos a la rapidez de lo cotidiano, a atender nuestro trabajo fuera o dentro de casa y a estar pendientes del niño (o los niños), de sus necesidades, de los requerimientos del día a día… así entramos poco a poco en una espiral que nos conduce a adosarnos cada vez más a nuestro “perfil maternal”, relegando u olvidando a veces aquella parte de nosotras que nos saca de esos límites de lo materno establecido, lo socialmente aceptado… esa parte que pide expresarnos libremente, nuestra parte “onduleante” de mujer, la que fluye por la vida con el pelo al viento, sin maquillaje, sin moldes de ropa o de comportamiento…
Por eso detrás de Artemisa nos visita la diosa eslava Baba Yaga, que también tiene algo que recordarnos.
Baba Yaga
Yo camino por el bosque
(tomado de “El oráculo de la diosa”, de Amy Sophia Marashinsky)
y converso íntimamente con los animales.
Bailo descalza bajo la lluvia,
sin ropa alguna.
Viajo por los senderos
que yo me invento
y lo hago como quiero.
Mis instintos están vivos y afilados,
mi intuición y mi sentido del olfato son agudos.
Expreso libremente mi vitalidad,
mi pura y exuberante alegría
para complacerme a mí misma
porque es natural;
es lo que tiene que ser.
Yo soy la fuerza vital alegre y salvaje.
Ven a conocerme.
Baba Yaga, la salvaje diosa eslava del nacimiento y la muerte, cabalgaba en un mortero, un cuenco sumamente duro que se utilizaba para moler el grano, los frutos secos, etc. Sus costumbres eran feroces y salvajes, profundas y penetrantes, cosa que podría interpretarse como la molienda de todo aquello que resulta extraño, ajeno. La casa de Baba Yaga se elevaba sobre las patas de una gallina, y bailaba. El momento de su muerte era el otoño, pues ella era la fuerza vital presente en los cereales cosechados. En Rusia, esta diosa se transformó en una bruja que vivía en lo más profundo del bosque y se comía a los niños.
Sobre su mortero, Baba Yaga entra volando en tu vida para ayudarte a nutrir la totalidad poniéndote en contacto con tu mujer salvaje. Es el momento de reconectar con lo natural, lo primordial, lo instintivo. Es el momento de soltarse el cabello, de mover el cuerpo y de poner en marcha tu vida. ¿Has encerrado a tu mujer salvaje en las mazmorras? ¿La has encadenado, la has amordazado, la has enjaulado para que la gente no descubra que eres tan buena, tan pulcra, tan limpia? ¡Libérala! La necesitas. Esa mujer salvaje forma parte de tu alegría, de tu vitalidad, de tu creatividad. Ella eres tú, y tú necesitas todas las partes de ti misma para danzar en la totalidad. Baba Yaga dice que es sumamente importante que aprendas a integrar a tu mujer salvaje, porque una mujer salvaje no integrada genera comportamientos autodestructivos. Nuestra naturaleza salvaje está ahí, y necesita manifestarse. Eres tú quien tiene que decidir si la expresas creativa o destructivamente.
Meditación: Recuperar a la mujer salvaje
Busca un momento y un lugar en los que no vayas a ser molestada. Siéntate o acuéstate cómodamente con la columna vertebral recta y cierra los ojos. Inspira profundamente y deja salir el aire de forma audible. Inspira profundamente de nuevo y deja salir el aire con un murmullo. Ve, percibe o siente la imagen de un árbol. Puedes ser cualquier árbol, uno que hayas visto en el pasado o uno que sólo exista en tu imaginación. Inspira profundamente por tercera vez y, mientras sueltas el aire, visualízate de pie delante de ese árbol. Da la vuelta al árbol. Cuando llegas al otro lado, ves una enorme abertura en el tronco. Entra por esa abertura. Una vez dentro, siente cómo se hunde, cómo desciendes más y más, deslizándote por el interior de la raíz del ábol. Te sientes tranquila y cómoda y te dejas llevar por esa sensación de estar flotando, mientras sigues descendiendo. Cuando llegas al final de la raíz, desembocas en algo así como un tobogán que te lleva directamente al Mundo Inferior, donde aterrizas sobre un suave almohadón.
Ha llegado el momento de llamar a tu mujer salvaje. Para ello, puedes silbar o aullar, salmodiar o cantar, bailar o interpretar música. Cuando llegue tu mujer salvaje, dale las gracias por haber venido. Pídele lo que necesitas. Quizás no lo sabes, pero ella sí, y te lo dará. A cambio, ella te pedirá un regalo. Dale lo que te pida con el corazón abierto. Luego, pregúntale si está dispuesta a volver contigo y a formar parte de tu vida. Ella te dirá que sí, tú la abrazas y, en ese momento, tienes la sensación de que las dos os fundís en una. Tienes la sensación de crecer y hacerte más fuerte, de expandirte. Sientes una oleada de vitalidad y alegría.
Es momento de volver. Regresa a la raíz del árbol. Siente cómo flotas y asciendes, arriba, más arriba, te sientes fresca, llena de energía, renovada, revitalizada. Sigue ascendiendo hasta que te encuentres en el interior del tronco del árbol. Sal de allí e inspira profundamente y, mientras sueltas el aire, regresa a tu cuerpo. Cuando te sientas preparada, abre los ojos. ¡Bienvenida a casa!